El Pais, 11 de diciembre de 2001 |
Repetimos
ROSA MONTERO
Ya sé que nos vamos acercando a las Navidades y que todo el mundo está harto de guerras y de angustias terroristas. Los talibanes están a punto de ser borrados del planeta, Bin Laden está a punto de ser acogotado y el conflicto de Afganistán parece estar a punto de acabar; y nosotros nos regocijamos creyendo que todos estos puntos son finales y que podemos olvidar tan espinoso tema y zambullirnos en el brillo aturdidor de nuestras fiestas de ricos, en el estupor de las comilonas, las compras y los regalos (claro que Sharon nos está fastidiando un poco la placidez con su empeño en machacar a los palestinos, pero, como esto lleva sucediendo tantos años, ni lo tenemos en cuenta).
Sin embargo me veo obligada a ser una aguafiestas y a volver a escribir sobre Afganistán, y lo hago incluso contra mi propio deseo, porque yo también comparto esa pequeña cobardía, tan humana, de querer ignorar lo que preocupa. Pero la semana pasada anduvieron por España unas afganas pertenecientes a la organización clandestina más importante, RAWA. Mientras la comunidad internacional se frota las manos pensando que la guerra se termina, ellas recorren el mundo repitiendo con angustia el mismo mensaje: no podemos confiar en la Alianza del Norte; de las dos mujeres elegidas, una dirige una asociación fundamentalista; no nos abandonéis ahora, creyendo que todo está arreglado.
Los militantes de la Alianza del Norte, explican, son integristas y brutales. Mientras dominaron el país la vida fue una continua pesadilla; para inspirar terror, los muyahidin, bandoleros, violadores y feroces, llevaban cubos llenos de ojos humanos, los ojos que arrancaban a sus víctimas en vivo. Cuando llegaron los talibanes, el pueblo les recibió aliviado, creyendo que impondrían el orden frente a tanta barbarie. Pero luego resultó que ellos también traían su propio infierno. A las mujeres de RAWA les espanta que los asesinos de la Alianza estén ahora armados hasta los dientes, aclamados como los buenos y apoyados por la comunidad internacional. Piden que tropas de la ONU controlen Afganistán y que se desarme inmediatamente a los muyahidin. Y para conseguir todo esto nos piden por favor que no las olvidemos.
El Pais, 20 de noviembre de 2001 |
Mariam
ROSA MONTERO
Ha sido un alivio ver a Mariam, la nueva presentadora de la televisión afgana, porque estaba empezando a preocuparme por las pocas mujeres que aparecen en las fotos recientes de Kabul. Hemos visto hombres pelándose las barbas, hombres comprando vídeos, hombres escuchando radios y también hombres matando hombres, cosa que, por otra parte, es muy viril (me refiero a la facilidad criminal, a la violencia física). Pero las mujeres escasean. Supongo que siguen atrincheradas dentro de sus casas; y espero que se trate de un encierro voluntario dictado por la prudencia. Las mujeres saben (y las afganas aún más) que ellas son las víctimas primeras de los conflictos bélicos. Las guerras modernas se ceban sobre todo en los civiles. En las mujeres y en los niños.
La caída de los brutales talibanes es un motivo de enorme regocijo; incluso pienso que la comunidad internacional debería haber invadido Afganistán antes del 11-S para rescatar a la población de la barbarie. Pero la situación sigue siendo confusa; RAWA, la más prestigiosa organización de mujeres afganas, lleva años explicando que los de la Alianza del Norte son unos integristas tal vez menos delirantes que los talibanes, pero también peligrosos y brutales. No podemos permitir que la vida de las mujeres vuelva a ser moneda de cambio para la aparente pacificación de la zona: exijamos, como está haciendo Emma Bonino, que también haya afganas en el nuevo Gobierno de Kabul. No es pedir nada raro: ya hubo ministras en Afganistán antes del frenesí fundamentalista.
Por otra parte, la larga lucha contra el integrismo no acaba con los talibanes. Para crear un mundo más justo y más seguro tras la pesadilla del 11-S, los occidentales tenemos que ayudar a construir. Aprendimos muy bien la lección en Europa con la Segunda Guerra, y ahora deberíamos aplicar la misma receta: el llamado Tercer Mundo necesita un Plan Marshall. Ya hemos demostrado que sabemos hacer la guerra; ahora falta hacer la paz, que es lo más importante y lo más difícil. (Aviso al margen: si quieres firmar una petición al Congreso para cambiar la ley y conseguir que torturar animales sea un delito, entra en www.altarriba.org o pásate por las tiendas de la FNAC).